Recesos
- Julieta
- 26 juin 2018
- 4 min de lecture
Estar ausente habla de procesos o situaciones, que no siempre están bajo nuestro control. Muchas veces, nos ocurren cosas que se escapan de nuestras manos y nos obligan a tomarnos un receso.

Hace un par de meses tuve un accidente. El primer accidente de mi vida, mi primer accidente en bicicleta, mi primera fisura ósea. Ocurrió un choque entre dos autos, a un costado mío, mientras yo me dirigía hacia el centro en mi bicicleta. Iba por la ciclovía, pero al escuchar el estruendo que produjo el choque, me lancé hacia la vereda, casi sin pensarlo. Fue un impulso casi inconsciente. El auto que chocó al auto que estaba frente a mí, no frenó hasta una cuadra más adelante, y pasó por la ciclovía, pero, por suerte, yo ya estaba en la vereda, con la rodilla sangrando y el codo fisurado. Agradezco que mucha gente fuera a socorrerme y me siento contenta de haber podido explicar lo que me ocurrió y cómo fue el accidente, todo en francés. También pienso que de no haberme lanzado hacia la vereda, quizá no podría estar escribiendo esto. Los accidentes ocurren, cuando menos los esperamos, y muchas veces no dependen de nosotros, sino de la negligencia del otro que puede terminar dañándonos. Y para esto, nadie está preparado.
El resultado fue una gran herida en la rodilla derecha y una fisura en la cabeza radial del codo derecho -cito a la doctora-, por lo tanto, debía usar cabestrillo por 6 semanas a partir de entonces. Toda esta situación me venía pésimo, dejando de lado el trauma que significó -hasta el día de hoy- andar en la calle sin tenerle un poco de miedo al ruido estrepitoso de algunos autos, además, esto significaba quedarme inmovilizada -de brazo y mano derechos- por 6 semanas, siendo yo una persona con ganas de salir, moverme, tejer, bordar, dibujar, escribir, crear. La bicicleta es mi medio de transporte en esta ciudad, por lo que quedé sin poder moverme con la rapidez de antes. Y por otro lado, el tema laboral. No tengo un contrato fijo y se retrasó mi búsqueda de trabajo como repartidora en bicicleta.
Al principio se me hizo muy difícil pasar por esto. Mi compañero, Diego, tenía que hacer casi todo por mí. Pasar de ser una persona independiente y autónoma a ser completamente dependiente de alguien hasta para lavarte el pelo, es complejo. Ni hablar de cocinar o lavar los platos, o poder moverte mucho. Me quedé estancada muchos días, en un estado del que me costó salir. Mis cercanos siempre buscaban la forma de hacerme compañía -los de lejos y los de cerca- y de verle el lado positivo a la situación: "dentro de todo no fue tan grave", "en 6 semanas podrás retomar tus actividades", "podrías estar así para siempre". Ufff. Esto último hizo replantearme muchas cosas.
Generalmente, somos bastante malagradecidos. Dentro de lo que tenemos -que en algunos será más y en otros menos-, están cubiertas nuestras necesidades básicas, tenemos qué comer, dónde dormir, gente que nos quiere y nos cuida. A pesar de todo el machismo que podamos encontrar a diario, vivimos dentro de una sociedad occidental donde las mujeres somos consideradas personas con derechos y no como un mueble de la casa -como en otras sociedades y/o religiones- , claramente, no existe una igualdad en muchos aspectos, como feministas, nos queda mucho trabajo por delante, pero podemos dar la pelea porque tenemos posibilidades. Muchos de los jóvenes de nuestra generación han podido entrar a la universidad, estudiar lo que han elegido, viajar y elegir cuándo vivir algunas "etapas" que en otros lugares están obligados a cumplir a cierta edad, como trabajar como dueñas de casa, casarse con la persona que sus padres han elegido, tener hijos por obligación, etc. Y eso que ni siquiera hemos ahondado en la cantidad de personas que están sufriendo en medio de una guerra, refugiados en otros países, o que no tienen ni comida ni agua suficiente.
En fin. Me empecé a tomar esta situación de otra forma, a verla con otros ojos. Comencé a disfrutar de los cariños y detalles de mi compañero, de descansar mientras se podía, de ver películas o series, de dormir más, de hacer cosas que no requerían de tanto esfuerzo. De a poco, volví a agarrar el crochet, el lápiz y la aguja. En ningún momento me encerré a llorar -bueno a veces sí, pero poquito- sin querer salir a ver la luz del sol. Porque me dí cuenta de que no resolvía nada, que esto era lo que me tocó y que tenía que buscar la mejor forma de vivir este receso.
Lo más importante que aprendí en este periodo es que todo depende de los ojos que ven. Si empezamos a tomar todo el tiempo que tenemos para hacer lo que se pueda, en vez de tanto quejarnos -yo misma, muchas veces-, veremos hay mucho por hacer y por crecer en este proceso de disfrutar lo que tenemos, lo que somos, lo que la vida nos da, lo que la vida nos quita, los frutos que se nos han dado, que seguimos cultivando y que siguen floreciendo.
Encontremos en los pequeños detalles cotidianos, lo que nos sana y nos salva.
Comments