Migrante
- Julieta
- 27 mars 2018
- 4 min de lecture

Si tuviera que tener un eslogan, sería ese. No sólo porque me guste viajar, que sí me encanta viajar y conocer lugares, culturas y gente nueva. Pero va más allá. Tiene que ver con decidir migrar, partir de todo lo conocido para empezar de cero. Tiene que ver, también con una historia familiar, con nacer dentro de una familia que está a la mitad.
Nací en un país que, luego de una ruptura emocional, dejó de ser mi hogar. Dejé mi primera casa, en Argentina, a los 9 años, para empezar una larga lista de casas. Al llegar al nuevo país, vivimos con mi abuela, luego nos cambiamos tres veces más hasta que nació mi hermano. Volvimos a vivir con mi abuela. A los 20 me fui a vivir con un exnovio. Volví a vivir con mis papás cuando terminó nuestra relación, y ellos también se habían cambiado a un departamento. A los 26 me dio por irme a vivir al Sur de Chile. Estuve poco tiempo porque mis proyectos no lograron dar frutos. Volví al departamento. Hoy vivo en el sur de Francia. He tenido 9 casas. Me he sentido protegida en todas, pero es la primera vez que me encuentro al otro lado del mundo. Es la primera vez que trasladé mi vida para formar un hogar lejos de todo lo conocido. Estas podrían ser unas largas vacaciones, pero no, son el comienzo de una vida errante, aunque ya desde niña, se daban luces de mi estampa migratoria.
Siempre he sentido que tengo el corazón dividido. Soy argentina y soy chilena, mi familia materna es argentina y mi familia paterna es chilena. Ya. Todos los que me conocen se saben esta canción. Pero creo que nunca le había tomado el peso hasta que empecé a darme cuenta que migrar era parte de mí. Como si una extensión de mí fuera moverse, de un lugar a otro, y no sólo de vacaciones, sino, moverse en serio. Trasladarse de un lugar a otro. Con tu ropa, tus libros y tus juguetes.
Todas las historias que rodean a mi familia tienen que ver con exilio, migración, soledad. Muchos integrantes, también, tienen doble nacionalidad, o la residencia definitiva en un país donde no nacieron. Cuando pienso en lo que significa sentirse "arraigado a un lugar", no es que no lo entienda, pero me cuesta pensarlo. Seguramente, las personas que han pasado por situaciones similares se sentirán identificadas con esto de no sentirse parte de algún lugar específico, sino, habitar libremente por dónde uno se va moviendo. Porque la vida es así, no es estática, y eso es una de las cosas que más disfruto de ella: los cambios. La naturaleza tiene sus ciclos, nosotros como seres humanos pasamos por etapas que van forjando nuestro ser interior, nuestra personalidad y cómo queremos vivir, así mismo, toda forma de vida cambia con el tiempo.
A veces, esta sensación de cambio constante, de migración, de exilio y de soledad, me asustan, no puedo negarlo. Sin embargo, también siento que llevar mi vida de esta forma, me ha servido para ver el mundo de forma amplia, no ser prejuiciosa, respetar otras culturas, me ha permitido conocer más allá de lo que podría haber conocido viviendo siempre en un mismo barrio. Yendo a la escuela del barrio, con los amigos del barrio, en la universidad del barrio, trabajando en el barrio. Siempre en el mismo barrio. No lo critico, porque hay muchas personas que así lo han decidido. Hay gente que se queda, que tiene vínculos fuertes con su lugar de nacimiento y las personas que en él habitan. Que sus padres o abuelos, incluso, también eran de ese lugar. Hay gente que decide quedarse, hacer familia, "echar raíces". Creo que soy de las otras personas. Las que deciden irse.
Cuando a mis 9 años decidí que irnos a Chile era una buena idea, tenía el corazón roto. Mi abuela María, quien me crió desde que tenía meses, había muerto. El barrio, la casa, las calles. Todo lo que conocía, hasta ese entonces, era un espacio donde yo ya no podía vivir. Donde ya no había ninguna esperanza de ser feliz. Lo conversamos con mis papás y decidimos probar suerte en Chile, quizá allá si habría una pizca de esperanza. "Allá sí tengo una abuela", les dije a mis papás.
Entonces partimos hacia Chile. La historia es bastante larga, y quizá un día la cuente completa. Hoy me parece importante recalcar que no me arrepiento de nada, no me arrepiento de haber dado el primer paso para salir de todo lo conocido y venir a probar suerte, no me arrepiento de mi valentía y la mis padres, que sin tener nada -en contraste con Buenos Aires, donde lo tenían todo- decidieron empezar una vida de nuevo. Porque irse es cortar la vida. La corto aquí y la vuelvo a empezar allá. Es como darse cuenta que erraste un punto del tejido y decides destejerlo entero y volverlo a tejer, aunque eso implique dificultad y tiempo invertido. Muchos no lo hacen por miedo, porque ya lo tienen todo, porque no saben qué habrá más allá, porque asusta reempezar a escribir tu propia historia. Pero yo pienso que vale la pena.
Gracias a esas alas que me fueron dadas a los 9 años para partir mi vida desde cero, hoy puedo volver a empezar, hoy puedo volver a intentar, otra vez, armar una vida, aunque esté lejos, aunque estemos con el clima cambiado y nos distancien miles de kilómetros y horas de desfase. Aquí estamos, en una tierra extraña, en un lugar donde aún no hemos aprendido a decir todas las cosas que pensamos, dos latinos, dos chilenos despatriados, reescribiendo nuestro camino errante.
Comments