Conversaciones Sanadoras
- Julieta
- 15 mars 2018
- 3 min de lecture

Ayer era uno de esos días donde no sabes de dónde sacar fuerzas para abrir los ojos cuando despiertas. Apenas los abres empiezas a pensar en los motivos para levantarte y poner un pie en el mundo. Es complicado, porque muchas veces, esta fuerza que te atrae hacia la cama, termina por arrastrarte hacia ella y es difícil salir de ese estado.
Enfrenté una situación compleja hace unos días. Cuando tienes a tu familia y a tus amigos cerca tuyo, puedes refugiarte en ellos, acurrucarte en una mantita, tomar unos mates y conversar hasta que toda la pena se vaya, pero cuando te encuentras lejos, las cosas cambian. El escenario actual es bastante distinto que el de hace algunos meses atrás, sin desmerecer ninguno de los dos, porque cada experiencia se valora, sin embargo, son muy diferentes y cuesta acostumbrarse a los cambios. Te sientes desvalida, sin las herramientas que antes eran básicas, sin las personas en las que siempre buscaste refugio, sin esa conversación sanadora. La situación en sí misma no fue tan compleja, lo fue sí esta sensación de cautiverio. Me encontré desesperada ante una jaula cerrada sin posibilidades ni plan B. Fueron minutos, horas, una angustia momentánea que se apoderó de mi poca fe -porque la pierdo con facilidad- y me vi bastante abrumada. Me dormí con mucha angustia, y claro, al otro día el sol radiante que me tiraba besos desde la ventana, no significaba nada para mí.
Estuve evasiva ese día. No quise hacer las actividades que había programado el día anterior, decidí cancelarlas y sumergirme un rato en mí misma, para quizá, desde ahí, poder empezar algo nuevo. Cabe destacar que las cosas estaban medianamente habladas, sin embargo, ¿porqué seguía esta angustia brutal dentro mío? Las cosas que no se dicen son las que más nos duelen, nos dan miedo, incluso nos avergüenzan.
Paula me mandó un mensaje. Desde la lejanía ella sentía el pulsar de mi angustia y sabía que nos debíamos una conversación, porque algo le había comentado a la rápida, casi sin darle importancia y queriendo bajarle el perfil, pero mi amiga es sabia, y de alguna forma, fue capaz de leer entre los silencios de mi miedo.
Conversamos bastante rato, por audios de WhattsApp (gracias por la tecnología que logra unirnos a más de 14 mil km). Lloré, un montón. A medida de que íbamos hablando y aclarando dudas, salían a la luz verdades que a veces olvido, a veces, en todo este mar de incertidumbre donde se mezclan mente, alma, corazón y vida, me pierdo. Tengo una capacidad olímpica de sentir que todo está perdido y deprimirme profundamente. Pierdo el timón con mucha facilidad, sin embargo, como la pasión es mi motor, con la misma facilidad, logro retomar el vuelo, como en un brinco de respiración, vuelve el corazón a su sitio y me digo: ¿qué estaba pensando cuando me deprimí, si yo soy tan feliz? -bastante géminis, lo sé.-
Mientras Paula me preguntaba cosas al respecto de lo que yo sentía, de lo que yo estoy viviendo ahora, de cómo me siento frente al proyecto que inicié, yo le contestaba y sentía una tranquilidad preciosa, era como si mientras hablábamos ella me acariciara la cabeza, y me dijera, todo está bien, tranquila, relájate, tómate otro tecito de jengibre con miel. Esa es la conversación sanadora que yo necesitaba para sentirme bien, para darme cuenta de que a veces me ahogo en mis propias lágrimas y no soy capaz de ver lo maravilloso de vivir, lo que tengo ahora y que si no lo aprovecho, me arrepentiré, porque el ahora, es un regalo, es un presente. Muchas veces, me es muy difícil ver las cosas buenas que me ha dado la vida, que por mucho tiempo pensé que no merecía, pero gracias a momentos como éste, retomo la idea de merecer el amor que tengo.
Así que después de todo, hice una lista con mis logros del día, resumí nuestra conversación con Paula y puse la siguiente canción, otro regalo para los que leen: Respira, Natalia Docco, porque a veces sólo tenemos que respirar, para poder seguir.
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